Visita de lujo para un público chico

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El artista alemán Jochen Gerz habló sobre su obra en el MALBA el 2/12 ante sólo 20 personas

Por Susanne Franz

Foto de Jochen GerzLa estética del futuro, según la utopía de Jochen Gerz, depende en gran parte de las nociones de “participación” y “colaboración”. El artista alemán, que vive en Francia desde fines de los años 1950, introduce así un aspecto de su obra en el espacio público. Sus proyectos contra el fascismo en Alemania, Francia o Gran Bretaña circulan en torno al traumático pasado político de Europa. Según Gerz, “el pasado político es el presente político. Un pasado que no se hizo historia —y no puede hacerlo— está en un estado de caos, y, así, no-público”, trata de elaborar el artista. Define su trabajo artístico en Alemania como “una participación para hacer público un pasado secreto, y así, cambiar el presente”. Está convencido: “El presente se libera cuando se publica el pasado.”

No es nuevo el concepto de que el arte es un medio para la conmemoración, nos hace reflexionar Gerz. Pero el arte tradicional —en su visión— glorificó el pasado. “Esa no es la función del arte”, dice, y analiza: “La glorificación del pasado no es lo mismo que el dolor por el pasado. No es lo mismo que la acusación, o la denuncia del pasado. La función estética del arte es encontrar la verdad. Y la verdad es la verdad que tiene voz.” Tampoco se trata de sólo denunciar el pasado, de sólo expresar dolor y desgracia, dice Gerz, es importante definirlo de nuevo, y exigir responsabilidad.

La utopía de Gerz es un futuro de “autores”, una sociedad de participantes, en la cual todos son activos. Incluso cuando uno de esos autores es autor de un crimen, debería ser capaz de decir: “Yo hice esto.” Gerz: “Sólo en este caso es posible decir: ¿Qué vamos a hacer? Y el arte trata de esta pregunta: Qué vamos a hacer.”

Repite, de manera intensa: “La función del arte es la verdad. Y la verdad hay que crearla, la verdad no existe, si no se hace.” La estética de la realidad es la creación de muchas realidades, dice Gerz, y usa una palabra del campo de la política para expresar otra noción central de su utopía: la democracia. El arte no pertenece a los museos, tampoco al mercado, tiene que ser absorbido de manera directa por los autores (los ciudadanos). Gerz quiere que el arte sea un proceso democrático.

Con sentido del humor, reflexiona sobre el otro lado del asunto, y dice: “El arte es como una aspirina, no se hace tableta cuando uno la tira al agua.” Tirando el arte al público, se hace democrático, es decir, depende de las elecciones y decisiones de los autores. (En otro momento Gerz compara el arte a una esponja: “Cuándo se pone una esponja en el agua, se llena. Cuando se pone el arte en una sociedad, vuelve a ser esta sociedad.”)

Ejemplos

A continuación, Gerz ilustró sus teorías con cuatro ejemplos.

Primero describió su trabajo en un monumento contra el fascismo que hizo en el año 1983, contratado por la ciudad de Hamburgo. Se trata de una columna de 12 metros de altura, cuadrada, con una base de 1 x 1 metros. La superficie es de plomo, la columna está vacía. Al lado hay una tabla con una inscripción en siete idiomas, que invita a los espectadores a firmar en la columna con un bolígrafo de acero, contra el fascismo. Cuando se llena el espacio, la columna baja y desaparece poco a poco en el piso, dejando espacio para más firmas.

Cuenta Gerz que después de 10 años y alrededor de 70.000 firmas, desapareció la columna. Ahora en el lugar se ve un cuadrado en el piso, y la tabla, que contiene también la explicación para la desaparición de la columna: “Porque nada puede levantarse —en nuestro lugar— contra la injusticia.”

Gerz describe su trabajo como la producción de la verdad en un proceso público. Y resume: “Una sociedad que aguanta tal confrontación, no está interesada en el fascismo.”

En Saarbrücken hizo otro trabajo con un grupo de estudiantes, sin que nadie se lo hubiera pedido. Frente al parlamento —escenario del poder político desde hace siglos, según Gerz, empezando con los duques, pasando por los “Gauleiter” del nazismo, hasta el parlamento de hoy en día— sacaron en secreto, de noche, los adoquines, y los reemplazaron por otras piedras. Inscribieron en los adoquines originales los nombres de todos los cementerios judíos que existían en Alemania en 1933. Después de un año y medio y la inscripción de 2146 piedras se hizo público el asunto, y se desató una polémica sobre ese monumento en la prensa. Como consecuencia, se devolvieron todos los adoquines originales: fueron puestos en su lugar, con la inscripción apuntando para abajo. Después de una discusión de nueve horas, y con una mayoría muy chica, el parlamento decidió legalizar el monumento.

Hoy en día, cuando uno pasa por el lugar, no ve nada. Pero cambió el nombre del sitio, que ahora se llama “Plaza del monumento invisible”.

El trabajo en sí tiene dos nombres, dice Gerz: “Monumento contra el racismo” y “Monumento invisible”. Cita Robert Musil: “Lo más notable de un monumento es que es tan grande, y nadie lo ve.” Desde el fin de la segunda guerra mundial existe la convicción de que el genocida contra los judíos pasa la frontera de lo descriptible, dice Gerz, y constata: “Yo no pienso esto. Si algo pudo ser hecho, tiene que ser posible decirlo.” Y según Gerz, el arte es una forma de decirlo.

El tercer ejemplo se trata de un memorial de guerra en un pequeño pueblo en la Dordogne francesa, que conmemora las víctimas de una masacre de la Wehrmacht alemana durante la segunda guerra mundial. Gerz fue contratado por el ministerio de cultura francés para reemplazarlo. “‘Reemplacer’ en francés significa: sustituir por sí mismo”, explica Gerz. “Pero en alemán quiere decir: hacer algo nuevo.” Consecuentemente, hizo de vuelta el obelisco anterior, pero también pasó con un grupo de estudiantes por todo el pueblo para hacer la misma pregunta a cada adulto. No se publicó la pregunta, sólo las respuestas están montadas en una tabla de esmalte en el monumento.

El monumento no está completo y nunca lo estará (porque Gerz dio la pregunta a un matrimonio del pueblo que ahora se la hace a cada persona que se muda al lugar, y a cada nuevo adulto), y se llama “El monumento viviente de Biron”. La pregunta fue: “¿Es posible que la paz genere tales virtudes cómo el heroismo, el coraje, la solidaridad, etc., de la misma manera que lo puede hacer la guerra?” (Según Gerz, esa pregunta fue posible en Francia, pero nunca podría hacerse en Alemania.)

Como último ejemplo de su trabajo Gerz mostró una película corta. La hizo después de que en Alemania había terminado una discusión de 10 años (!) sobre el monumento del Holocausto en Berlín, que, en este momento, está en construcción según el concepto del arquitecto estadounidense Peter Eisenman. Gerz hizo una pregunta a varios intelectuales alemanes —los mismos que en todos estos años habían expresado su opinión sobre el asunto públicamente muchas veces en la televisión o en otros medios. Lo que se ve en la película son tomas de cada uno de ellos escuchando la pregunta; pero la película es una película muda, y tiene como título “El silencio de los intelectuales”.

No se trata de un reto, aclara Gerz, sino: “Es un homenaje a los límites.” La pregunta era (citada según su sentido): “Si el arte fuera capaz de ponerse contra la injusticia —y si usted, hoy en día, tuviera una voz contra la injusticia — cuál sería su voz?” Ninguno respondió la pregunta, dice Gerz, sino que todos se referían a aspectos estéticos del monumento (lo cual a lo mejor es entendible después de 10 años de discusión). Entonces, Gerz formula una vez más lo que le importa: “Si nosotros, hoy en día, no tenemos voz, no vamos a poder cambiar nada.”

(Foto del sitio “woher wohin. Der Künstler Jochen Gerz“)

El artículo salió el 11/12/2004 en el “Argentinisches Tageblatt”.

Un comentario sobre “Visita de lujo para un público chico”

  1. alicia rossi dice:

    lLa justicia es una utopía .
    Existe en cada uno de nosotros, está tan escondida, que sólo el arte la puede encontrar y hacerla realidad.


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