Los secretos de los “otros”
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“La Marea”: el proyecto artístico de Mariano Pensotti
Por Susanne Franz
“Me tengo que dormir”, piensa una mujer tirada sobre la cama en una vidriera. “Tengo que pintar el techo, si no, se va a caer sobre mi cabeza. Se me viene el mundo abajo. ¿Hace cuántos días estoy esperando su llamada?”. Delante del vidrio, se amontona la gente que observa a la chica solitaria revolcarse de un lado a otro y lee sobre una cinta de subtítulos los pensamientos que la atormentan. La vidriera iluminada donde está la insomne es uno de los nueve escenarios que reúnen la obra de Mariano Pensotti “La Marea”, una de las cuatro acciones artísticas del Proyecto Cruce que se realiza en el marco del V Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires. Después de diez minutos se apaga la luz, se termina la escena. Y uno debe pasar al segundo escenario.
Una moza lee en su lugar de trabajo la carta de su expareja que viajó a Estados Unidos y que se alistó como soldado para ir a Irak –o para alguna guerra cualquiera–. “Ayer disparamos contra un jardín de infantes”, le escribe. “Ayer le di un beso en la boca a un cadáver. No pensé en vos, mi vida, te lo juro”. “Cambió”, piensa ella. Un cliente se sienta e intenta escaparse de las preocupaciones sobre el desempleo y la falta de dinero. “Los hombres son autos”, piensa. “Yo soy un Citroën amarillo”. Después se compara con su ídolo Belmondo y de repente, sin quererlo, se acuerda de su infancia, cuando durante la dictadura militar se la pasaba en una camioneta con su familia escapando. “Abríamos el baúl y cantábamos susurrando canciones bolcheviques bajo las estrellas”, recuerda el hombre y revuelve el café.
Los pensamientos íntimos, la duda, el deseo y la nostalgia de las personas no son expresados en voz alta, sino que, mediante el truco genial de los subtítulos, los sacan del subconsciente, traducen a lenguaje los pensamientos que no se escuchan. Por el contrario, se leen y así se insertan en el subconsciente del espectador-oyente (¿lector de pensamientos?) y se mezclan con el propio monólogo interno.
“Podría ser mejor persona”, “Mañana empiezo una buena vida”, “A partir de mañana yo soy yo y hago lo que yo quiero”, estos pensamientos los conocen todos, cuando atravesamos una crisis o tenemos dudas. ¿Y no nos sentimos todos alguna vez sumergidos en situaciones que no habíamos elegido, encerrándonos en nuestro propio discurso interior?
Pensotti también cuenta historias de vida en su “Marea”, historias que nos ponen tristes. El hombre, del que quizás nos reiríamos por ser un idiota aparato de gimnasio, resulta ser un prisionero que fue atemorizado por un grupo de violentos que le ordenaron cómo debe vivir. Otro hombre tuvo un accidente en moto cuando estaba yendo a encontrarse con su padre. Quizás una reconciliación le habría ayudado a moderar su vida. Solloza desde el piso, la máquina a su lado, mientras el espectador lee las circunstancias que condujeron al accidente. Una pareja se besa en la calle. Todos los sentimientos, deseos, recuerdos y miedos en ese momento de las primeras caricias los lee el espectador, y también cómo continúa su vida hasta el año siguiente cuando se separan. Un hombre ya no tan joven está parado en un balcón y fuma, mientras su hija adolescente hace una fiesta loca. Ya no está para esos trotes.
La imposibilidad de la comunicación. La imposibilidad de compartir el propio discurso interior que ocupa el tiempo real, de compartirlo con alguien que también está inmerso en su propio monólogo. La imposibilidad de poder conocer al “otro” realmente. Estos temas fundamentales de la acción de Pensotti, realizados con maestría artística, nos quedan en la cabeza y nos acompañan a casa, como para no olvidarlos.
Una versión resumida de este artículo fue publicada el 24 de septiembre de 2005 en el “Argentinisches Tageblatt”.