“Cada colección es como un mundo desconocido”
Entrevista con el diseñador de moda Marcelo Giacobbe
Por Paula Bonnet
Evita, pedrería bien brillante, Mar del Plata, los años cincuenta, Potsdamer Platz, estrellas de mar, un atardecer de octubre en la puerta de Brandenburgo. Las modelos del desfile de Marcelo Giacobbe se desplazan etéreas y femeninas por la pasarela de la última Buenos Aires Fashion Week (BAF). Los delicados textiles acompañan los movimientos de las caderas como si estuviesen sumergidos en el mar. Es la colección primavera/verano y es innegable que la relación entre el océano y las prendas no es casual.
Marcelo estudió diseño de indumentaria en la Universidad de Buenos Aires. En 2011 fue uno de los ganadores del concurso Semillero UBA, lo que le permitió mostrar una colección inspirada en Eva Duarte en la BAF.
En el mundo de la moda, las colecciones pueden basarse en conceptos distintos: ya sea los años ochenta, el color fucsia o las creaciones de algún diseñador colega. Marcelo Giacobbe escribe historias cada temporada: retrata momentos, épocas y personajes.
“Lo que me inspira no tiene que ver con la moda sino con eras o períodos históricos, que tiendo a abarcar en torno a una ciudad. Puede ser el pasado, pero la actualidad está siempre anclada. A nivel de las formas, me gusta el cuerpo y también como la moda los crea. Al mismo tiempo tiendo a apoyarme en la sastrería, la corsetería o prendas de ropa interior. Todo tiene que ver con un proceso interno de aprender algo sobre mí que se refleja en el trabajo. Me voy a un espacio en mi cabeza donde se encuentran todos esos elementos”, cuenta el diseñador mientras acaricia a su gata.
Giacobbe no se fija en las tendencias, sino que trata de hacer introspección e inventar su propio discurso. En su colección anterior, la de otoño/invierno 2012, se plasmó un viaje a Europa y, más precisamente, una caminata al atardecer con una amiga por la avenida Unter den Linden en Berlín. “Hablábamos de cosas que nos habían pasado en nuestras vidas y me di cuenta que a nivel visual y auditivo, más allá de la conversación que estábamos teniendo, el lugar parecía de película: un ocaso de otoño, con mucho frío. El sol caía del lado del Brandenburger Tor, se veía el cielo azul, estrellitas y el sol naranja. Son procesos míos, pero también revalorizan diferentes momentos de la historia. Puedo analizarlos con mi mirada y siento que no hay que pasarlos por alto”. También encontró una musa en la mítica Marlene Dietrich, los años cuarenta, la cámara estenopéica y los encuentros literarios de la década del treinta en Potsdamer Platz.
Para esta temporada pensó en Mar del Plata como testigo de la historia argentina. Se imaginó historias de misterio, amor o seducción en el casino: “En el pasado, Buenos Aires me sirvió como inspiración pero ahora quería tomarme una vacación de la ciudad y nada mejor que ir a la costa”. Es un lugar con muchos elementos míticos: lobos marinos, los teatros y la poeta Alfonsina Storni.
Marcelo luce joven, delgado, elegante. Habla mucho: deja bien en claro cuál es su punto de vista como diseñador, artista, hombre de negocios y técnico y se evidencia durante toda la entrevista.
Pasa por un plano intimista, es lo que a cada uno le gusta de sí mismo, las particularidades, lo diferente, que alguien te guste. Es la particularidad de cada persona y la capacidad de entenderla. No hay una receta para la belleza. No es flaca y alta en todos los casos. De hecho, para mí pasa por agarrar quién sos vos y sacarle el jugo a todo tu potencial. Hay gente que uno se da cuenta que en la forma de interactuar lo hace y eso es mágico. En pocas palabras, mi definición de belleza es entender tu particularidad y encontrarle el brillito. La belleza es comprender tu historia, con lo bueno y lo malo. La vida no es color de rosa, tampoco es toda mala. Es lo que es y cada uno está atrapado en ella. Esas son las reglas del juego y la belleza tiene que ver con entenderlas.
¿Cómo empezaste a hacer vestidos de novia?
Fue un encuentro. Trabajaba para una diseñadora que hace vestidos de novia. En el 2008 se estaba por casar mi hermana y me pidió que le haga el de ella. Era una responsabilidad grande, pero lo tenía que hacer. Lo terminamos haciendo con ella y mi hermano. Habíamos trabajado con una modista que no entendía lo que queríamos. Si bien no era un diseño loco, tenía cierta técnica y no lo podían armar. Entonces lo hicimos desde cero. Lo disfrutamos un montón y en la fiesta todos se lo elogiaban. Era crema, con hilos dorados en la falda. Tenía detalles en negro y beige, los aros eran de cristal color caramelo. Lo resolvimos de una manera en la que ella se sintió cómoda y me di cuenta de que se podía hacer.
Con todas las novias con las que trabajo le digo que entre los dos hacemos algo. Les hago el vestido pero tenemos que encontrar el discurso entre los dos, porque pasa por ahí. No hay una receta. Cada persona es particular. Hasta ahora salió bien: las novias quedan re contentas y siempre me recomiendan y mandan a las amigas o vienen con sus hermanas o con la madrina.
¿Cómo hacés para reinventar el vestido de novia?
Te lo pide cada persona: hay cosas que rescatan más y otras que quieren pasar por alto. Está bueno porque es un encuentro de varias áreas mías con otra gente. No me interesa irme mucho por afuera de lo que es clásico. Pero no son básicos: la silueta, el modo de hacerlo… Tiene que ver con escuchar lo que la persona tiene para decir y ahí darse cuenta de qué puede aportar uno. Por eso digo que es un encuentro de los dos: la novia tiene que tener claro lo que quiere. El dibujo lo construimos entre los dos, yo soy el arquitecto de lo que ella tiene en la cabeza.
Estuviste en Copenhague estudiando. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fui en el 2004. Participé de un concurso organizado por Saga, una compañía que hace tratamientos de pieles, la Asociación Argentina de Trabajadores de Cuero y Para Ti. Estuve en un pueblito a las afueras de Copenhague, en la frontera con Suecia. Fueron diez días en los que estudié el tratamiento de pieles y después cinco días en Copenhague, que me encantó. Fue una especie de laboratorio: estudié pero también trabajé. Se producen todas las muestras que después se venden a Prada, Miu Miu, Yves Saint Laurent. Fue una experiencia re linda, pero fue un quiebre en mi vida. Me di cuenta de que tenía que hacer algo, capacitarme, seguir aprendiendo.
¿Cuáles son los detalles que sentís que son característicos tuyas?
Me gusta la idea de trabajar la moldería y las distintas pieles: un vestido puede ser un abrigo, mezclar tercera piel con primera piel. Me gusta la tipología: sacos, vestidos, camisas… Mezclar los diferentes momentos de la indumentaria: gala con interior o sastrería con ropa de gala o corsetería.
¿A qué tipo de chicas apuntás?
Las clientas que tengo son de 25 años para arriba. Son estéticas, les gusta verse bien, son reales. Son mujeres que trabajan, independientes, viajan un montón: en el placard tienen ropa de distintos diseñadores y lugares. Las mujeres con las que trabajo son clásicas pero les re gusta la moda. Vestidos de corte años cincuenta pero con piedras flúo, por ejemplo. No son acartonadas: para seducir tienen que estar cómodas.
¿Qué planes tenés para el futuro?
Consolidar mi identidad, explorar lo que yo llamo “mis misterios”, lo digo de esta manera porque para mi cada colección es como abrir la puerta a un mundo que desconozco pero del cual tengo la llave y en el que me encanta zambullirme.
Fotos de arriba hacia abajo:
Marcelo Giacobbe.
Una creación de Giacobbe en el desfile en la última BAF Week.
Etéreas y femeninas: las siluetas de Marcelo Giacobbe.